*La fuerza de uno de los barrios más importantes de la Ciudad de Puebla radica en su gente, con su legado artesanal y artístico, con sus talleres de barro, vidrio y pan y la preservación de sus costumbres
Édgar Ávila Pérez
Puebla, Pue.- Un puente y una fuente son la puerta de acceso a un microcosmos de hombres y mujeres indígenas que vivieron otro tiempo, pero que su legado artesanal y artístico se mantiene vivo al lado de una antigua ciudad española.
El eco que producen las empedradas calles golpea antiguas viviendas de un barrio creado por los tlaxcaltecas en 1560 como una urbe paralela a la ciudad virreinal de Puebla, un pueblo que dejó una profunda huella.
Los rústicos talleres de barro, los primitivos molinos de maíz, los vestigios de fábricas de vidrio y arcaicos hornos de pan son parte los vestigios del antiguo Analco, una palabra en lengua madre que significa “Al otro lado del río”.
Si a un lado del río San Francisco se erigía una ciudad con edificios de una arquitectura barroca y colonial, al otro extremo del cauce crecía una modesta villa repleta de artesanos del barro, fundidores de vidrio en la Nueva España y hábiles panaderos que amasaron por vez primera las cemitas.
Los coloridos murales que hoy en día inundan el barrio muestran parte de ese pasado al que uno se adentra cruzando el mítico Puente de Ovando o transitando por el jardín que engalana a la Iglesia Mayor dedicada al Santo Ángel Custodio, a un costado del que fue alguna vez el Río San Francisco, la traza natural que dividía a los españoles de los indígenas.
“Uno de los barrios más antiguos de la ciudad, aunque no es de los primeros, donde sus habitantes desde el principio se dedican a la alfarería, a los molinos y forjadores de vidrio”, recuerda la cronista de la ciudad de Puebla, Luis Aida Deloya Cobian.
Los naturales de procedencia tlaxcalteca, vieron fundar también en aquel 1560 una ermita dedicada a las Ánimas del Purgatorio y en 1618 la Iglesia Mayor dedicada al Santo Ángel Custodio, una de las primeras parroquias de la ciudad en tiempos del Obispo Juan de Palafox y Mendoza.
Deloya Cobian rememora cuando en 1759 se instaló una fuente en el centro de la plazuela que fungió como abastecedora de agua potable para los habitantes, pero en 1925 fue obsequiada al pueblo de Xonacatepec y luego, en 1928, devuelta a sus orígenes, donde hoy puede ser admirada.
Un deleite visual deambular por las calles de este pueblo incrustado dentro de una enorme urbe, una delicia encontrarse con vecinos que lo mismo muestran orgullosos murales de artistas internacionales que le dieron color a sus viviendas que grafitis en antiguos autos abandonados en la rúa. Una apropiación de sus espacios que comparten con extraños.
Si bien el Puente de Ovando, cuyos inicios se remontan al año 1699, y la Iglesia Mayor son parte de los atractivos, en realidad la riqueza cultural e histórica de este lugar radica en su gente, sus vecindades con talleres artesanales, sus antiguas viviendas con molinos, sus mercado de artesanías y su preservación de sus costumbres.